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Sí, ya sé que es bueno leer la prensa, es sano y en los tiempos que vivimos diría que es imprescindible pero hay veces que las noticias te meten una patada en la boca del estómago o lo que es lo mismo, te hacen pensar sobre lo que estamos haciendo como sociedad y a mí me pasa, sobre todo con las noticias sobre niños, sobre la infancia, la infancia como víctima.

La infancia como víctima resignada de todo lo que le pasa o de todo lo que hacemos que de una u otra forma le pase. Como el ébola y la tremenda cifra de huérfanos por esta enfermedad, es de esas realidades que inevitablemente me hace pensar en la mía, con vergüenza y hasta con un punto de cargo de conciencia.

La cifra es de esas que te sacuden el alma: 4.000 huérfanos en pocos meses.

4.000 niños y niñas que en muchos casos además son repudiados por su gente más cercana, por sus vecinos, por sus familiares, simplemente por haber sido víctimas del ébola en su casa, en su hogar y por haber tenido la horrible mala suerte de haber perdido a sus padres por culpa de la enfermedad. 

Despreciados y abandonados por ser niños que han sobrevivido al virus. Se dice pronto. Claro que eso, como dicen los voluntarios que trabajan y viven con ellos, no son más que las cifras oficiales y en algunos casos las estimaciones de estos voluntarios las multiplican por dos para acercarse un poco más a la realidad.

4.000 vidas a la deriva, 4.000 infancias como víctimas de la enfermedad, de la falta de empatía, de la pobreza y de la incultura.

Sobre todo en tres países, en Guinea, en Sierra Leona y en Liberia.  Tres países donde se concentran todos estos «niños solos»

Vidas de las que se harán cargo en la medida de sus posibilidades las ONGs que trabajan en las zonas, MSF, Médicos del Mundo, Save the Childrens, UNICEF y menos mal que al menos están ellos porque no esperemos muchas respuestas oficiales ni de los gobiernos de los países afectados ni de los hipócritas gobiernos de nuestros propios países.

Que vivimos en un estado en el que nos hemos sacado más de los bolsillos los ciudadanos que nuestros gobernantes para tratar de ayudar a los países afectados por el ébola y eso que tanto unos como otros eran y son «nuestros bolsillos». 

Y aún así llegamos tarde y con pocos recursos para el problema que están viviendo.

Cada día que miro a mis hijos vestirse y veo como se les queda pequeña la ropa o les veo comer y veo como apartan algo que no les gusta o les veo leer un libro arropados en su cama, se me hace un nudo en el estómago y pienso no sólo en los 4.000 que se han quedado huérfanos y solos, pienso en los que no viven más allá del día de hoy, de sobrevivir hoy, de comer hoy, de escapar hoy.

Pienso en sus padres, en sus madres, en sus miradas llenas de cariño y vacías de esperanza. No puedo evitarlo.

Porque el ébola es terrible pero el hambre y la pobreza a la que estamos condenando a un continente, es cruel e irracional, es sanguinario.   Por eso creo que tenemos que hacer algo más y seguro que podemos hacerlo y no, no hablo sólo de hacernos socios o enviar dinero a alguna ONG de las mencionadas o no, hablo de ir más allá, de cambiar por dentro y por fuera, de elegir mejor, de buscar otros horizontes, de exigir a nuestros gobernantes y a nuestros gobiernos, de pensar más allá de una valla o un muro, de tomar decisiones, de no dejarnos llevar, de cambiar lo que no nos gusta de lo que estamos haciendo o de lo que hacen otros en nuestro nombre.

Debemos hacer más. Se lo debemos a ellos, a esos niños sin padres, a nuestros hijos y a nosotros mismos ¿no os parece?

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