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No sé si es que me estoy haciendo mayor, que me fijo más en estas cosas o que la realidad se empeña en soltarme un guantazo de vez en cuando, por ser mujer. Y hoy no hablo de la igualdad de género, hablo de la indignidad en general.

Trato de que esto sea una reflexión serena, de verdad os lo digo, pero me cuesta horrores no soltar lo que sale de mi estómago, sin dejarle tiempo a pasar por el filtro de mi cabeza. Es muy complicado.

La foto de arriba es de Afganistán en 1956, la de abajo el mismo país en 2014. Sobran los comentarios.

Hablar de mujeres en algunos países (me niego a hablar de algunas culturas, en estos casos) es hablar de entes invisibles que no tienen presencia en la sociedad, que no opinan, que no disienten, que no piensan, que no hablan y a las que muchas veces no se las ve.

Sí, obviamente están ahí. Porque mal que les pese a algunos, no hay sociedad, ni país, ni gobierno que no se sustente de la otra mitad de la población, que no se apoye en el trabajo silencioso en demasiados casos de las mujeres.

Mujeres a las que insulta, veja, ningunea y elimina de las instituciones. 

Mujeres a las que les niega su entidad como seres humanos, a las que las relega a ser tratadas como animales en su propio entorno o incluso peor.

Mujeres que no saben qué es eso de la igualdad de género porque no la han vivido prácticamente nunca.

No puedo hablar de cultura en países en los que se lapida a mujeres por el hecho de serlo, en el que se viola en grupo hasta la muerte, en el que se culpabiliza a la víctima, en el que se utiliza a la mujer como botín de guerra, en el que por el hecho de tener vagina se pierden todos los derechos humanos, de golpe o mejor dicho, a golpes.

Los informes de Amnistía Internacional son demoledores, los datos de Intermón Oxfam son insultantes, las publicaciones de UNICEF o Save the Children o Ayuda en Acción
son una patada en la boca del estómago de cualquiera con un mínimo sentido de la justicia y el respeto al otro.

Porque cuando hablamos de mujeres no hablamos de edades, da igual, el desprecio va desde la cuna a la tumba. 

No valen nada, no valemos nada, no contamos, no merecemos un respeto, no tenemos dignidad.

No entiendo como un marido puede pensar eso de su esposa pero aún menos entiendo que un padre pueda pensarlo de su hija.

No alcanzo a comprenderlo porque me cuesta mucho comprender las cosas que no tienen sentido.

Y no me vengáis con la cultura y la tradición cuando hablamos de igualdad de género, cuando hablamos de la mitad de la población mundial. 

También era tradición poner a las mujeres el cinturón de castidad en este país hasta que se suprimió, porque hay tradiciones impuestas que se llaman torturas por mucho que los que las imponen se empeñen en vestirlas con el disfraz de la identidad cultural.

No sé qué podríamos hacer desde este lado, no sé como podríamos coger por los hombros a estos torturadores de mujeres que gobiernan países y sacudirles para que se den cuenta de que ese no es el camino, de que así no van a ningún sitio, de que eliminar a la mujer es autodestruir una sociedad absurda instaurada ¿en qué? ¿en la superioridad del hombre basada en su pene?

¿Se os ocurre algo más ridículo y más cruel? Lo que os decía al principio, será que me estoy haciendo mayor.

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