
Hay una línea muy fina que empuja a la educación al abismo del aburrimiento, hay una línea casi invisible que hace que un museo sea un lugar al que los niños van cogidos de la oreja o con ganas más que de sobra.
Lo mismo es cosa mía pero no veo mal que las instituciones culturales se actualicen, llamadme frívola que yo no digo que no tengáis razón.
También es cierto que de modernizarse a banalizarse hay también una peligrosa línea muy fina, es complicado pero ¿por qué no intentarlo?
Hace unos días leía el post que Ana Ribera publicaba en Cultura Científica, una web de esas que merece la pena leer porque tiene contenidos interesantes y para nada aburridos y los de Ana aún menos.
Ella hablaba de la tendencia que estaban cogiendo las instituciones culturales como los museos, las salas de
exposiciones e incluso las bibliotecas, de convertirse en parques temáticos.
Lo explica estupendamente. La modernización de los museos ha sido lenta pero constante. Coincido plenamente por ejemplo, en la importancia de la iluminación de las salas y las obras, algo que no se aprecia de forma consciente pero que es clave para nuestra forma de acercarnos a aquello que el museo nos quiere mostrar.

Abrirse al público
La teoría es sencilla: el museo es un templo de conocimiento. La práctica es otra, a veces ese conocimiento está apilado y amontonado sin orden ni concierto (hace años que no piso el Museo Etnográfico, en Madrid, pero las últimas veces me recordaba más a un erial que a un museo) y otras sin embargo, conforma un menú de lo más apetecible para el visitante.
Un museo aburrido es un museo vacío y un museo vacío es un museo muerto, al que no quieren ir voluntariamente ni niños ni adultos.
Unos contenidos que no se entienden no dicen nada, no significan nada, no despiertan nada y al final nadie va a verlos.
Y un museo muerto más pronto que tarde es un museo cerrado ¿preferimos eso? No, seguro que no es lo que nadie queremos. El término medio, el escurridizo término medio en esto también es el objetivo al que deberíamos acercarnos lo más posible.
Al leer el artículo de Ana me surgió la duda pero es que ¿es tan malo que la ciencia sea divertida si utilizamos la
interacción con el visitante?¿es tan absurdo que la historia la pintemos de aventura, de novela, de ficción para que el visitante despierte su curiosidad, para que tenga ganas de saber más?
Soy de las que piensa que la diversión ayuda al aprendizaje y que el entretenimiento puede ser un acicate para animar a la curiosidad, sobre todo de los más pequeños.
Estoy de acuerdo en que no se deben convertir en un parque temático en el que se sorprenda continuamente al público asistente pero a veces, recordar cómo veíamos nosotros los museos, como los vivíamos y como los sentíamos, no deja de ser un ejercicio de nostalgia de nuestra propia vida y no tanto del hecho puntual en sí mismo.

La banalización y la estupidez
Las dos van de la mano.
Pocas cosas más estúpidas que un visitante en un museo al que le importa más hacerse un selfie que respetar las esculturas que ha ido a visitar.
La cultura como objeto de consumo es algo estúpido y no creo que sea deseable, como tampoco lo es el hecho de que los centros comerciales sean un destino de nuestras tardes de ocio.
La estupidez se extiende como una mancha de aceite que lo pringa todo y si no le ponemos freno llega incluso a ensuciar la posibilidad de pasar la tarde recorriendo las salas de un museo, sorprendiéndonos con las propuestas y volviendo a casa con un delicioso sabor de boca.
Grandes y pequeños.
Recorrer museos como el Museo del Prado puede ser tedioso para nuestros hijos o no, dependiendo de cómo les enseñemos a enfrentarse a las obras, al arte, a la historia.
Como les enseñemos a jugar con las sensaciones y con la plástica, con la imagen y con la intención del artista.
Recorrer las vitrinas del Museo Geominero puede dejar un poco frío a algún niño si no se le explica el cómo, el cuándo, el cuánto y el para qué, por ejemplo.
Son sólo dos ejemplos pero podrían ser muchos, muchos más porque hacer esto no es perderle el respeto ni a la obra, ni a la historia, ni a los investigadores, hacerlo es acercarlo a un público que a lo mejor se puede sentir intimidado por el academicismo más mínimo. Un público que tienen en la televisión su fuente de información y en
los mensajes de whatsapp su lectura diaria.
No se trata de impresionar sino de atraer, no hay que entretener sino interesar, no hay que abrumar sino dejar que se mojen los labios, que descubran una realidad distinta.
¡Qué complicado y esquivo es siempre el término medio!
[…] entrar en calor con un delicioso chocolate con unos churros. En Madrid tenéis un montón de museos para sorprender a grandes y pequeños. Museos más tradicionales como el Museo del Prado, en el que lo mejor es que […]
Los mejores museos son aquellos que permiten que los niños los vivan. Mis hijos nunca olvidarán la visita a la Torre de Londres, donde en cada sala había un rincón de interacción "hands on history", es la mejor forma de invitar a una generación tan interactiva y tan expuesta a la información a querer ir a un museo. Muy buena tu reflexión Pilar. Un saludo
Cierto Cata, es una generación tremendamente interactiva y no podemos compararla con la nuestra ni con nuestra experiencia cuando de niños visitábamos alguna vez un museo con nuestros padres (si teníamos esa suerte) o con el colegio.
¡Muchas gracias guapa, me alegro de que te haya gustado! 🙂
Fantástica reflexión, yo creo que los Museos son espacios y aulas fantásticas donde se puede abrir la mente del niño de una forma diferente. Para ello, los Museos tiene que dar facilidades y los padres apoyarnos en material y preparar la visita haciéndoles ver que es un espacio divertido pero que no se interactúa con el como si fuera un parque o un parque de atracciones.
¡Gracias!
Me alegro mucho de que te haya gustado, estoy de acuerdo en que son unas "aulas fantásticas" y que no por ello tienen que convertirse o tenemos que plantearnos que son un parque de atracciones, no es lo mismo y no es deseable seguramente.