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Soy de las mamás a las que les
encantaría que sus hijos tuvieran su misma afición por los libros, por leer, por perderse en una buena historia.
Y aunque no pierdo la esperanza de que esto ocurra alguna vez, de momento sigo devanándome
la cabeza para ver como lo consigo. Lo de tirar la toalla es que no va con
nosotras ¿verdad?
Por eso hoy os traigo un post sutil y
sibilino, cargado de ideas y reflexiones para inocularles el vicio de la
lectura.
No puedo asegurar el éxito ¡ya me gustaría! pero por intentarlo no va
a ser.

Es que es pensar que vamos a tener
unos días libres con un poco más de tiempo para disfrutar y me pongo a pensar
en libros
, sí… es algo automático así que me planteo que me encantaría que a
mis hijos les pasara lo mismo pero aún no han dado ese paso y ahí me tenéis,
dándole vueltas al tema a ver cómo puedo apagarles la afición por las pantallas
y encenderles el amor por la lectura
(aunque sea en una pantalla… que tampoco
me importa
).

Leer, lo que quieran

No voy a ponerme exquisita, no me
importa lo que lean aunque preferiría que no se centraran en los botes del
champú, la verdad.

No tengo ningún problema en que lean
cómics, hemos podido ver en las redes que desde que Juan Gómez Jurado publicó
su “Alex Colt. Cadete espacial” han sido centenares los niños que se han
enganchado con sus aventuras
. ¡Perfecto!
O pueden decantarse por esos clásicos que sería bueno que leyeran a pesar de que los adultos lectores les digamos que sería bueno que los leyeran, como los que menciona Ernesto Filardi en este artículo con mucho acierto.
Y es que tampoco creo que haya demasiada
imaginación o fantasía en el mundo, no creo que sobre, al revés creo que a los adultos nos falta un punto más de magia que los niños y los adolescentes aún
tienen en su cabeza y en su corazón.

Hay expertos en psicología que señalan
que leer ficción nos ayuda a ser más empáticos y esta cualidad creo que es
imprescindible que ayudemos a nuestros hijos a desarrollarla, cuanto más mejor.

Al leer historias de ficción, en las
que los personajes suelen ser algo más complejos que en otro tipo de historias,
el lector se ve obligado a esforzarse en comprender a esos personajes y sus
intenciones, a entender sus emociones y a reconocerlas en su día a día.
De hecho, esa complejidad hace que
haya literatura juvenil o adolescente que nos encanta y nos engancha a los
adultos y grandes clásicos que leímos cuando nosotros éramos los adolescentes
que ahora ellos descubren y disfrutan.

Leer, no a cualquier edad

No, eso es algo que ahora parece que
se está discutiendo mucho y tiene mucha lógica si nos detenemos a pensarlo un
poco.
¿Cuándo decidimos que el niño está
preparado para, por ejemplo, dejar de usar el pañal? Cuando comprobamos que hay
una cierta madure
z como para plantearle controlar sus esfínteres ¿no?
Y esto es algo que no ocurre
automáticamente a todos los niños a una edad determinada, lo sabemos por propia
experiencia con nuestros hijos. No pasa nada, unos lo consiguen antes y otros
después.
Sin embargo, parece que hemos decidido
entre todos que a los seis años los niños tienen que aprender a leer y cuando
terminan el curso tienen que saber leer. Da igual su madurez intelectual y lo
dificultoso de este aprendizaje
¿Por qué? Pues no sabría deciros pero por
sentido común desde luego no parece que sea.

Decidir que hay una edad a la que los
niños tienen que saber leer es decidir que hay que frustrar a un tanto por ciento
de niños, cada año, para que no se acerquen voluntariamente a un libro en su
vida.

Que les motivemos, que despertemos su
curiosidad, que tengamos libros a mano por la casa para que puedan cogerlos
voluntariamente cuando más les apetezca, que les leamos cuentos o nos sentemos
con ellos a leer a medias (una línea nosotros, una palabra ellos) sin forzar,
sólo por el placer de leer, comentar, ver las ilustraciones, compartir momentos
divertidos juntos.
En definitiva que asocien el libro y
la lectura a la diversión y no a la obligación o la frustración.
Porque aprender a leer es algo complicado
que inevitablemente requiere de una maduración neurológica que cada niño
consigue a una edad distinta. No es una competición, no son positivas las comparaciones,
la realidad es la que es y las prisas en temas relacionados con la infancia y
la educación, no son las mejores compañeras.
Una buena idea que podemos poner en
práctica este verano es: acudir a la biblioteca pública que tengamos más cerca.
A veces las bibliotecas se convierten
en centros repletos de actividades relacionadas con el libro y la lectura. Hay
profesionales que hacen una gran labor para acercar los libros a los más
pequeños y el verano es un momento perfecto para ello.
Muchas de ellas organizan talleres o
campamentos urbanos y otras tantas tienen actividades de promoción de la
lectura, cuentacuentos, lecturas en grupo e incluso noches en las que los
pequeños lectores se pueden quedar a dormir entre libros, a soñar entre esas historias cargadas de magia que duermen en las estanterías hasta que sus manos
se aventuran a sacarlas de los libros.
Conseguir que se animen a leer y se
aficionen a hacerlo durante toda su vida
(con sus momentos de mayor y menor afición, interés o prioridad, como nos pasa a todos) es una de las mejores cosas que podemos hacer
por ellos. Es como presentarles a un gran amigo que les va a acompañar durante
todos los días de su vida, no me digáis que no es para esforzarse hasta
conseguirlo.
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