
Llegó el momento en el que tus hijos buscan respuestas que no explicaciones, llegó el momento de las preguntas que a ti se te hacen bola sí o sí pero a las que hay que responder también sí o sí y llegados a este punto ¿tu cómo lo haces? ¿cómo respondes a las preguntas comprometidas que han llegado poco a poco a las mentes de nuestros hijos?
Se hace lo que se puede ¿verdad? Y realmente, si nos paramos a pensar un poco, tampoco es tan fiero el león como lo pintan o eso esperamos todos.
Las preguntas de los niños podríamos organizarlas en distintos apartados porque no todas son iguales, no todas requieren la misma diplomacia de nuestra parte y no todas llevan a los mismos sitios, de hecho hay algunas que no nos llevan a ninguno así que vayamos por partes:
Las preguntas encadenadas

Estas son las primeras, las de los “por qués”.
Este tipo de preguntas, una como madre sabe cuándo empiezan pero no cuando terminan. Normalmente solemos ser los adultos los que zanjamos la interminable ristra de preguntas que arrancan con un por qué, cuando es evidente que ya ni si quiera le interesan al preguntante.
A una primera pregunta iniciada con un “Mamá ¿por qué….?” va nuestra respuesta cargada de buena intención y de ahí ellos sacan otra nueva pregunta que también arranca con un por qué y de nuestra nueva respuesta otra nueva pregunta. Así hasta el infinito y más allá.
Como madre mi técnica ha sido que cuando ha bajado su verdadero interés por el tema pero seguían interrogándome a “por qués” yo he comenzado a dar las respuestas más peregrinas y surrealistas que se me iban ocurriendo. Las risas siempre salvan una situación como esta y nosotros salimos airosos del interrogatorio.
Las preguntas curiosas

Son de dos tipos: las que demuestran su curiosidad y las que nos parecen curiosas a nosotros, los responsables de solventar sus dudas.
Las que demuestran que son curiosos son las más sencillas, tienen una lógica y un sentido y si no conocemos la respuesta siempre la podemos buscar con ellos, estas son las que molan.
Las que nos parecen curiosas molan aún más porque nos descolocan y nos sorprenden, nos muestran su forma de ver o entender la realidad, su lógica aplastante, esa lógica que muchas veces tratamos de modelar pero sin que lleguen a perderla nunca. Esa lógica que los hace tan especiales.
Las preguntas comprometidas

Estas son las que nos ocupan y las que nos preocupan y estas pueden ser sobre todo de dos temáticas muy específicas: la muerte y el sexo.
Son preguntas que nos colocan en una especie de campo de minas porque no queremos dar más datos de los estrictamente necesarios, porque no queremos generar conflictos internos y porque queremos responderles, eso siempre.
Las preguntas sobre la muerte suelen venir casi siempre de la misma forma “Mamá… ¿papá y tú os podéis morir?” Y ahí empieza todo.
Una mezcla de querer responder, tranquilizar y saciar su curiosidad, sin mentirle pero sin angustiarle más de lo que ya está. Una mezcla tremendamente complicada, es evidente.
Suele ser primero la preocupación por si somos nosotros los que morimos, los que les dejamos solos y después llega la dolorosa idea de si son ellos los que pueden morir y ahí el conflicto personal está servido. Es lógico, son niños y en la infancia la mortalidad no tiene espacio, ni tiene que tenerlo nunca.
Por otro lado las preguntas sobre sexo nos ponen en el punto en el que nuestro niño o niña ha dejado de serlo, tenemos delante a un chico o una chica y la naturaleza se va abriendo paso también por su cuerpo.
Insisto, lo prioritario: dar respuesta, sobre todo porque la información que no encuentren en nosotros, la van a encontrar en el amigo del cole, el compañero del instituto o internet y en cualquier caso, seguro que es mucho peor de lo que nosotros podamos ofrecerles.
En el fondo pensadlo… ¿son tan comprometidas las preguntas comprometidas o es que a veces nos tomamos estas cosas demasiado en serio?