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Las vacaciones de verano cuando éramos niños eran lentas y eternas ¿os acordáis? Tres meses de vacaciones, tres meses de verano en los que no hacer mucho más que dormir, jugar, comer, jugar y tener una sensación de libertad que no teníamos durante el resto del año.

¿Cómo eran de largas vuestras vacaciones escolares de tres largos meses cuando eráis niños?¿Cómo son ahora?

Tres meses en los que parece que el tiempo se derrite por el calor y esa sensación de que no pasan los minutos no volveremos a tenerla nunca, ahora lo sabemos y ahora también sabemos que es algo que quizás nuestros hijos tampoco vayan a tenerlo nunca durante sus vacaciones de verano.  

Bueno, en algunas comunidades autónomas empezaron a plantearse precisamente reducir esas vacaciones escolares de 90 días.

En Cantabria se han modificado el calendario escolar para repartir las vacaciones de verano a lo largo del año, se han desvinculado también de las fiestas propiamente religiosas y se han repartido unas y otras a lo largo del curso.

Los escolares descansan el mismo número de días pero de una forma más escalonada, más repartida durante todo el curso escolar.

Cada dos meses tienen una semana de vacaciones, es algo novedoso, que sólo ocurre en esta comunidad y que como es lógico tiene sus defensores y sus detractores. Yo aún me lo estoy pensando pero en el fondo creo que no lo veo mal, la verdad.

Vacaciones de verano en soledad

Hablar de vacaciones escolares, de vacaciones de verano, en esta época en la que a nosotros nos toca ejercer de padres, es hablar de conciliación laboral y familiar de los padres y sus hijos, algo complicado a veces en grado máximo.

Para algunos padres las vacaciones escolares de sus hijos se traduce en llamadas desde el trabajo a casa para comprobar que todo va bien, comidas preparadas para que el niño sólo tenga que calentarlas y confianza plena en la madurez de un niño o una niña que tiene que quedarse solo en casa hasta que sus padres vuelvan del trabajo, hasta que sus padres tengan vacaciones también.

Son los “niños de la llave”, pequeños que viven al menos una parte de sus vacaciones en soledad, niños y niñas que crecen prácticamente de golpe porque las circunstancias son las que mandan y a ellos y a sus padres y madres no les queda otro remedio que adaptarse.

El verano de 2016 en España fueron más de 500.000 niños los que pasaron solos en casa parte de su periodo vacacional mientras sus padres y madres acudían a su trabajo.

Niños y niñas a partir de los 11-12 años la mayoría, pero también los hay algo más pequeños porque no todas las familias tienen economía que pueda permitir un campamento de verano para los más pequeños, ni abuelos que se puedan ocupar de ellos, ni “pueblo” como tenían los niños de nuestra
generación al que emigrar en verano.  

Muchas familias sólo cuentan con el apoyo de las ONG que denuncian además que la administración está haciendo una cruel dejación de funciones y de responsabilidades en este asunto, algo que nos debería hacer reflexionar y actuar cuanto antes.

La compañía de un libro

La soledad no es buena compañera para un niño, eso es innegable y las administraciones deberían cumplir con su obligación de servir a las necesidades de los ciudadanos independientemente de la edad que estos tengan pero más allá de la soledad, pocas armas son tan eficaces
contra el aburrimiento como un buen libro.
 

Y hay historias que lo demuestran como la de los hermanos Martinón Torres que tenían la enorme suerte de poder enterrar su aburrimiento durante las vacaciones de verano entre los más de 20.000 libros que había en su casa.  

No, televisión más bien poca y menos a la hora de la siesta, pero un libro siempre estaba permitido coger. Libros que entretienen, que enseñan, que educan y que despiertan la curiosidad del lector.

Libros que han hecho que los hermanos Martinón Torres, salieran de su Ourense natal con ganas de ver en la vida real lo que habían descubierto en las páginas de los libros y así, su pasión se convirtió en su carrera profesional.

Ciudades y niños

Ese ha sido otro de los cambios que hemos vivido desde aquellos veranos de nuestra infancia.  

Veranos en los que al grito de “¡Mamá, me voy a la calle!” ya estaba todo solucionado. Los amigos del barrio o del pueblo daban la misma información en casa y no había mayor problema.

La tarde se pasaba en la calle entre juegos, charlas, bocadillos para merendar y vuelta a casa pasadas las horas.  

Ahora las calles ya no son jugables y los niños han perdido un espacio abierto contra el aburrimiento.

Aunque hay iniciativas que intentan recuperar si no toda la calle al menos algunas plazas, hay iniciativas como la puesta en marcha en el ayuntamiento madrileño de Alcalá de Henares en la que están cambiando los carteles de “Prohibido jugar a la pelota” por otros muchos más constructivos en los que se lee “Juega respetando”.

Bilbao es otra ciudad que se suma a una iniciativa parecida apostando por la convivencia y la recuperación de la vía pública como espacio de ocio y de juego para los más pequeños.  

¿Dejamos de jugar porque nos hacemos adultos o nos hacemos adultos porque dejamos de jugar?

¿Podemos encontrar en un libro la inspiración que nos muestre a qué nos dedicaremos de mayores?

¿Es justo que muchos niños vivan en soledad lo que debería ser juego, diversión y libertad antes de regresar al colegio?  

Han cambiado mucho los veranos de cuando nosotros éramos niños hasta ahora ¿verdad? y no siempre ha sido un cambio para mejor lamentablemente.

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