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Que lo mismo soy yo que me hago mayor, todo puede ser, pero llevo ya mucho tiempo leyendo en prensa, escuchando en entrevistas y oyendo en chistes incluso algo así como la “hiperculpabilidad” de los padres y madres y hombre, no es que sea agradable.  

Hace tiempo me di cuenta de que el complejo de culpa nos lo dan nada más dejar el paritorio, así, sin avisar.

“Muy bien señora, aquí tiene a su hijo, es un varón y está estupendo ¡ah! y además, no se olvide su paquete de complejo de culpa que le hemos dejado al lado del niño.”

Bueno pues la cosa va a más y a este paso las madres vamos a tener la culpa del hundimiento del Titanic o del atentado de Kennedy, como poco. Denles tiempo, denles tiempo.

Que últimamente me encuentro con lecturas que me hacen analizar un poco mi realidad, algo que a priori siempre es bueno pero que al final pues sinceramente, a mi me cabrea. No entiendo la necesidad de cargar las tintas sobre los padres y madres. 

Que hacemos cosas mal, por supuesto, que cometemos errores, como el que más, que podríamos mejorar muchas cosas, sin lugar a dudas pero (ahora es cuando todo lo anterior adquiere un valor relativo) que sólo tenemos una parte de responsabilidad en esta tarta, es innegable y que adjudicárnosla toda es injusto es una verdad como un templo.

Por ejemplo, yo nunca me he sentido una “hija mueble” como he leído en alguna entrevista en la que la entrevistada diferenciaba a los hijos actuales y a la infancia de los que ahora somos padres.

Aunque también es verdad que el tema del aburrimiento me lo tenía que gestionar yo solita la mayoría de las veces.

La alternativa que me daban mis padres era siempre era más o menos la misma a mis “…me aburro. ¡Pues cómprate un mono!”  

Nunca me compré un animalito para que me entretuviera, escribía, leía, jugaba en la calle con mis amigas… pero no, no me sentí una hija mueble como parece que señalan ahora algunas psicólogas y estudiosos de la materia.  

Claro que tampoco tengo ahora la sensación de “venerar a mis hijos” como dice esa misma autora en esa misma entrevista, y estoy segura de que si les preguntarais a ellos contestarían lo mismo que yo.

De veneración nada de nada. Les quiero muchísimo, es cierto, como me querían a mí mis padres a la edad que tienen mis hijos, pero de ahí a venerarlos hay una sima abisal, por lo menos.  

Hay psicólogos que señalan que los padres ahora tenemos prisa porque nuestros niños lo hagan todo lo antes posible, que sean algo así como “superniños” pero me despistan cuando después esos mismos psicólogos señalan que los padres tenemos la tendencia de resolverles todos los problemas nosotros antes de que ellos lo intenten.

¿Cómo puede ser que tengamos ambos comportamientos al mismo tiempo? El caso es que lo hacemos mal, hagamos lo que hagamos.

Hiperpaternidades e infancias mágicas

No, yo no quiero que mis hijos vivan fuera de la realidad en un mundo ficticio e irreal pero no renuncio a que vivan en un mundo con una pizca de magia, que lo haga amable, que lo haga acogedor, que cimente sus recuerdos.  

Soy de las que piensan que como bien decía el poeta, la única patria es la infancia y quiero que la de mis hijos (que poco a poco se va alejando de su infancia, por cierto) sea esa patria a la que vuelvan con una sonrisa cuando la recuerden, cuando sean adultos.  

No se trata de hiperventilar cuando digan que se aburren buscándoles opciones para llenar su ocio. No se trata de que sean el centro de universo y de que siempre consigan todo lo que pidan que no es lo mismo que conseguir aquello que se propongan y por lo que se esfuercen.

No quiero quitarles ni un minuto de su infancia pero eso no creo que sea malo ni que me haga mala madre a mí, aunque también os digo que empieza a importarme bien poco lo que opinen los “expertos” en esta materia con sus incontables contradicciones.

El hiperpadre sindicalista

Esto ya es como tener superpoderes o algo así pero era obvio que tenía que llegar esta definición dado que los padres y madres actuales parece que tengamos la culpa de las siete plagas de Egipto, como os decía antes.

Recuperándome del concepto de la “hiperpaternidad” me doy de bruces con el de los “padres sindicalistas de sus hijos” y claro, mejor me siento no vaya a ser que me dé un tabardillo con tanta etiqueta que yo no sabía que llevaba colgando.  

Porque los hiperpadres no se implican en la educación de sus hijos, ellos y ellas intervienen en la escuela de sus hijos y no saben dónde está el límite y claro, eso al final se traduce en enfrentamiento con los profesores.  

Pero desde que eligen una escuela. Según los expertos en esto de la educación, los niños deberían ir a la escuela del barrio y yo estoy de acuerdo. Siempre y cuando la escuela del barrio cumpla con los estándares de calidad en cuanto a educación que los padres quieren para su hijo.

Lo que me parece un despropósito es pensar que si puedo/quiero llevar a mi hijo a la escuela del barrio de al lado porque se parece más a lo que creo que es lo mejor para mi hijo sea yo el que está haciendo algo mal. No es justo ni es cierto.  

Es cierto que en muchos casos los padres y los profesores no están del todo de acuerdo en los modos en los que se imparte la educación a los estudiantes.

Las formas son las mismas con las que recibían clase los que ahora son profesores o padres pero las circunstancias de los estudiantes han cambiado muchísimo.

Es cierto que en muchos casos hay padres que tratan de entender la metodología de algunos profesores, tratan de apoyar y tratan de remar en el mismo sentido que ellos, a fin de cuentas el interés de ambos es que el menor consiga una mejor y mayor educación que la que tiene al entrar en el centro.  

Pero no es menos cierto que a veces esa falta de confianza se cimenta en esos centros en los que se ve a los propios padres como una especie de amenaza, en los que las AMPAs no son especialmente bien recibidas, en los que las iniciativas de los estudiantes más allá del horario escolar que supongan alguna implicación por parte del equipo directivo del centro o del claustro de profesores, se miran con malos ojos o directamente no se permiten.

Lo mismo esa falta de confianza de unos a otros nos la estamos trabajando a pulso un poco todos y todos los días.

Descalificar la escuela tal y como la conocemos no supone automáticamente que el niño sea el centro del universo ni el rey de la familia.

Descalificar la escuela significa que se puede y se debe mejorar, que debemos exigir tanto los padres como los propios educadores que la
escuela se rehaga, se renueve, que las metodologías sean más acorde al siglo XXI que al XVIII como pasa en la actualidad, que los temas se revisen que las prioridades se replanteen.  

Descalificar la escuela tiene mucho de sentido común y poco de ataque al profesorado y mucho menos de sindicalismo paternal” que esa es la etiqueta fácil y peyorativa que no se ajusta a la realidad pero que tiene una intencionalidad muy poco constructiva.  

Y descalificar a la escuela no se traduce en no apoyar la cultura del esfuerzo por parte del estudiante porque es cierto que la vida es complicada cuando se deja el colegio y aún más cuando se abandona antes de tiempo y como de momento este es el sistema que se supone les va a permitir tener más opciones de cara a su futuro pues tienen que aprovecharlo al máximo, aunque sus padres sigan protestando por el anacronismo del sistema educativo en este país.

La familia no es una democracia

Me parece una obviedad pero es cierto que a veces se nos olvida aunque eso no quita para que ninguneemos sus preferencias y sus decisiones.

No podrán decidir el menú de toda la semana pero ¿por qué no el del sábado, por poner un ejemplo.  

No creo que eso los haga débiles ni suprima su capacidad para tomar decisiones, no creo que eso los malacostumbre ni les haga pensar que ellos son el ombligo de la creación.  

No creo que sea un problema ayudarle a cargar la mochila porque le pesa un quintal en su espalda de ocho años, quizás la culpa no sea del niño sino de un sistema que ha reducido las sesiones de clase a cuarenta y cinco minutos para poder dar mal todas las asignaturas del programa a diario. Vamos que sacándole un par de libros le alivio el peso pero le genero un problema cuando llegue a clase.

¿Dónde nos hemos dejado el sentido común a la hora de analizar lo que hacen o no hacen los padres actuales?   

Claro que habrá padres y madres extremadamente permisivos como los habrá y los ha habido siempre extremadamente autoritarios pero ¿tan complicado es entender que quizás la mayoría nos dejamos la piel tratando de hacerlo lo mejor que podemos y creemos, con lo que tenemos entre manos (nuestro tiempo, nuestras capacidades, nuestra economía) buscando siempre la felicidad y la mejor educación para nuestros hijos?

No sé, es que a veces me cuesta entenderlo al leer a algunos expertos y expertas en la materia pero vamos, como decía al principio que lo mismo es cosa mía.

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2 thoughts on “Padres y madres, llegó la HIPERCULPABILIDAD a nuestras vidas

  1. Buenisimo el post. No puedo estar más de acuerdo. Hagamos lo que hagamos va a estar mal lo que supone que a lo largo de los años la opinión de otros, incluso algunos expertos, baje en mi ranking de confianza y mi sentido común suba 😉

    1. Claro que sí.. como no vamos a acertar para esos que nos analizan, mejor hagamos sólo lo que consideremos oportuno después de tamizarlo por nuestro propio sentido común porque sino ¡¡terminaremos fatal de los nervios!! jejejejeje

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