
Ha sido la crónica de una ocupación anunciada y no reconocerlo sencillamente es mentir. Desde hace unos días ser mujer en Afganistán es una sentencia de muerte, otra vez, como hace veinte años.
Lo mucho o lo poco que se había avanzado se ha perdido, las esperanzas de una nueva generación se han perdido, las esperanzas de sus madres y abuelas, se han perdido. La vida de la mitad de la población de un país se ha perdido escondida tras los pliegues de un burka. Un enorme burka negro que las tapa a todas.
Es doloroso leerlas y verlas y tener la sensación de que Occidente las ha vuelto a abandonar, una vez más.
Al mismo tiempo, es innegable que tenemos la fuerza de la palabra. Si es sólo la de unas pocas pues será poca pero ¿y si fuéramos millones de mujeres en todo el mundo las que obliguemos a que los gobiernos sigan mirando a las mujeres afganas y sobre todo a sus carceleros?
Así que pongámosles rostros, hablemos de ellas, conozcamos sus historias y ayudemos a que más mujeres las conozcan. Que no sean un número más, una estadística sin alma, algo que no duela.
Si ser mujer en Afganistán es una sentencia de muerte de nuevo hagamos por lo menos que sus vidas sean conocidas, sus logros sean admirados y sus historias compartidas. Que sean semillas.
Ellas fueron las primeras que se plantaron delante de los nuevos dueños del país hace unas semanas. Cuatro mujeres solas con la única fuerza de sus palabras, de la justicia y de la defensa de sus derechos y los de las que no se atreven a salir a la calle.
Cuatro mujeres que son un ejemplo de resiliencia, de resistencia pacífica y de defensa de los derechos humanos. Su acción hace más por los derechos de todas que muchas de las firmas y tratados internacionales que se firman delante de decenas de cámaras por los gobiernos más poderosos del mundo y que después se meten en un cajón hasta que se pudren.
Cuatro mujeres que se enfrentan abiertamente a un régimen político, social, económico y religioso que ya las ha marcado. No ha tardado nada en ir marcando con pintura las casas de las mujeres que se han significado durante estos últimos años. Mujeres que han reivindicado derechos y que han peleado por la justicia han visto como las puertas de sus casas han sido marcadas por los talibanes. Sin disimulos, dejando claro lo que va a pasar cuando los focos de las televisiones extranjeras se giren buscando una nueva noticia.
El arte como respuesta a la muerte
Salir a la calle a pintar es algo que puede costarte la vida en un país como Afganistán y si además eres una mujer sabes que te va a costar la vida ahora que han vuelto los talibanes a tener el poder y el gobierno del país.
Da igual que intentes huir, da igual que ya no expreses tu arte ni tus ideas en los muros porque las pruebas están ahí. Lo has hecho.
Decenas de mujeres que tenían sus redes sociales funcionando con normalidad las han destruido. Todas. Como si nunca hubieran tenido esa parcela de libertad. La intención es tratar de ponerse a salvo de los talibanes. Intentar salvar su vida y la de su familia.
Shamsia Hassani no puede hacer eso, no puede borrar los muros sobre los que ha pintado mujeres que se revelan con flores ante los tanques. Las paredes están ahí y muestran lo que ella ha pintado sobre ellas. Su vida corre peligro, es innegable.
Como la de Lida Abdul, otra mujer artista que ojalá haya conseguido salir del país en medio del caos que se ha generado en los últimos días.
Los talibanes han puesto el límite en el día 31 de Agosto. Desde ese momento se acabaron las salidas del país en aviones internacionales. Desde ese día se cierra la puerta de la cárcel para muchas mujeres. Desde el 31 de Agosto Occidente se quedará miran a ver si lo que pasa dentro de ese país consigue o no conmover a los que vivimos fuera y si no es así: nadie hará nada por ellas.