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Entendemos por bondad algo que tiene calidad de bueno, una natural inclinación que tienen las personas a hacer el bien, una acción buena, la amabilidad de una persona con respecto a otra o incluso, según el diccionario, la blandura y apacibilidad de genio. Entendemos por bondad muchos conceptos pero ¡qué poco la ponemos en práctica en nuestras vidas y qué bien nos iría a todos si la practicáramos más!

La bondad es como un músculo que hay que entrenar. No es fácil porque nos movemos en un entorno casi hostil para poner en marcha buenas intenciones y mejores propósitos, para empatizar con las demás personas que nos rodean y para tratarlas como nos gustaría que nos trataran a nosotras.

Porque sí, la teoría nos la sabemos pero a la hora de ponerla en práctica no siempre tratamos a los demás como nos gustaría que los demás nos trataran a nosotras y aunque no nos guste confesarlo públicamente sabemos que es verdad.

La bondad no es un bien común, no es que se aprecie con frecuencia, en una sociedad tan individualista como la nuestra es muy costoso encontrar personas que piensen en el bien común de una manera desinteresada pero las hay y encontrarlas en nuestro camino es un auténtico regalo porque en el fondo, ellas nos hacen mejores personas.

Los gestos de bondad son tan escasos que cuando son auténticos de verdad nos sorprenden y les damos mucho valor porque lo tienen.

«No conozco ningún otro signo de superioridad que la bondad» decía Ludwig Van Beethoven.

Desde 1998 se ha marcado en el calendario el 13 de Noviembre como el Día Mundial de la Bondad por iniciativa de una ONG internacional que ha conseguido que este día y este concepto se incorpore a las escuelas de todo el mundo como parte del calendario escolar.

Se trata de reafirmar las buenas acciones en las personas y en las comunidades de todo el mundo porque en el fondo y como es lógico, la bondad es un elemento esencial de los humanos que nos une más allá de religiones, razas, ideologías o géneros. Nos iguala, nos hace mejores personas, nos hace más justos. Nos hace buenas.

La bondad tiene un impacto en la vida innegable, un gesto bondadoso provoca una sensación de bienestar no sólo en quien lo recibe sino también en quien lo realiza. Da un buen rollo a tu día, pone una nota de color y te dibuja una sonrisa. La bondad nos hace sentirnos mejor en nuestros zapatos.

La ciencia además se ha dado cuenta de que la bondad nos hace vivir más tiempo, los gestos bondadosos alargan nuestra vida y no sólo la mejoran.

Daniel Fessler, de la Universidad de California, señalaba en una entrevista que hablar de bondad es hablar de interacciones sociales positivas, es hablar de biología y de psicología desde un punto de vista científico, medible y observable.

Además tampoco podemos olvidarnos de que para apreciar a los demás, para ser buena con otras personas, para empatizar con mi entorno de forma desinteresada, para poder amar necesitamos amarnos a nosotros mismos. No es egoísmo cuidarnos y respetarnos para poder estar cuando los demás nos necesitan.

Por donde empezar

Por creer que podemos aplicar la bondad a nuestro día a día. No hace falta salvar el mundo, hace falta creer que podemos cambiar el mundo de una sola persona.

En la película «Cadena de Favores» lo exponen muy bien. Un pequeño reto para los alumnos de una clase en un colegio por parte de un profesor. Un reto que en la mente de un niño se desarrolla como una cadena en la cual cada persona que participa hace tres favores a otras tres personas sin esperar nada a cambio.

Poco a poco ese método puede cambiar la sociedad, quizás primero sólo su entorno más cercano pero ¿por qué no puede ser contagiosa la bondad con una idea como esta?

Es una película genial para ver en familia y plantearnos que también nosotros podemos poner en marcha una cadena de favores que poco a poco y sin hacer ruido puede cambiar la vida de muchas personas o por lo menos la forma de ver la vida de muchas personas.

La bondad está más cerca de lo que pensamos lo que pasa es que la maldad o el desinterés hacen mucho más ruido que ella pero está ahí, sólo hace falta que le abramos la puerta para que forme parte de nuestras vidas.

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