
El cambio climático y cuidar la salud, obliga a un cambio de dieta. Un 46% de los españoles dice comer menos carne ahora que hace un año y cuatro de cada diez reconoce que tiene previsto reducir su consumo de carne en los próximos meses. Cada vez se ofrecen más datos al consumidor sobre el hecho de que comer carne todos los días, varias veces al día, no es la mejor opción ni para la salud individual ni para la del planeta.
Por eso, cada vez también son más las personas que se vuelven “flexitarianas” o “reducetarianas” que más o menos vienen a ser conceptos parecidos. Las primeras consumen principalmente vegetales e incluyen la carne en sus menús de forma ocasional. Las segundas lo que hacen es ir reduciendo gradualmente el consumo de carne, poco a poco, sin presiones, sin marcarse unos tiempos pero cada vez un poco menos. No es lo mismo pero se parecen.
Hay asociaciones a nivel internacional que animan a probar a no comer carne durante un mes ahora que empieza el año y nos lanzamos a abrir la lista de buenos propósitos. Reducir en general el consumo de carne sin duda debería ser uno de esos buenos propósitos de cualquier lista anual por muchos motivos.



Menos carne en el plato: más salud en casa
Se calcula que en torno al 75% de todas las enfermedades infecciosas emergentes son de naturaleza zoonótica, algo que hasta ahora no nos había preocupado demasiado pero ha venido el COVID19 a ponernos este dato sobre la mesa.
Y una de las actividades humanas que más riesgo tiene de generar pandemias es precisamente según los expertos, la cría intensiva de animales para alimentación. La cría intensiva de animales para el consumo humano, es la responsable de la destrucción de hábitats naturales y de la pérdida de biodiversidad en todo el mundo pero sobre todo en los pulmones verdes del planeta.
Las granjas industriales, las macrogranjas, se han convertido en entornos ideales para que los patógenos se distribuyan entre decenas de animales genéticamente muy semejantes. Un caldo de cultivo muy peligroso que favorece la evolución de esos agentes patógenos y lo que nos hace más vulnerables, su salto a los seres humanos.
Además, si todo esto no fuera suficiente, más del 78% de los antibióticos a nivel mundial se consumen en la ganadería intensiva, lo que hace que se reduzca la eficacia de los antibióticos destinados a los seres humanos, como ya se venía señalando desde hace tiempo y desde distintos organismos y organizaciones.
Los médicos vienen diciendo desde hace décadas, que el consumo excesivo de carne roja está relacionado con un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, de diabetes y de otras patologías conocidas, incluidos algunos tipos de cáncer.
Ya sólo con todo esto habría razones de peso para reducir el consumo de carne y sobre todo, de aquel que viene de explotaciones intensivas, pero es que hay más.



Menos carne en el plato: más salud en el planeta
El Instituto Real de Asuntos Internacionales es una organización no gubernamental, sin ánimo de lucro, fundada en 1920 que se preocupa por analizar y promover la comprensión de los temas de actualidad y de los principales asuntos que afectan a la comunidad internacional.
En estos días han publicado uno de sus estudios bajo el título: “Cambio climático, cambio de dietas”, en el que destacan los problemas y señalan las posibles soluciones para lograr reducir el consumo de carne entre la población mundial y así poder conseguir mantener el crecimiento de la temperatura del planeta por debajo de los 2º.
Para cumplir los compromisos adquiridos en la última cumbre mundial, la COP26, los países deben modificar primero su forma de producir alimentos y después, hay que educar a la población para que se abran a dietas con una base más vegetal y así reducir las emisiones de metano y conseguir parar la deforestación tan salvaje que estamos viviendo.
Producir una hamburguesa típica de carne animal supone emitir 3,9 kg de CO2. Una hamburguesa vegetal emite 1’12 kg de CO2 al ambiente. Un plato de espagueti boloñesa tradicional emite 4,73 kg de CO2 pero si esa boloñesa la preparamos por ejemplo con soja, la emisión pasa a ser de 1’54 kg de CO2.
Son pequeños cambios que realmente no cuesta tanto ir introduciendo en la dieta diaria.
Una alimentación basada en vegetales puede reducir en un 50% la emisión de gases de efecto invernadero y el hecho de estar basada en vegetales, no significa que sea una alimentación vegana o vegetariana, se puede añadir carne de forma mucho más esporádica de lo habitual.
Lo que parece innegable según todos los expertos, las organizaciones ecologistas y los técnicos, es que el cambio climático obliga a todos a un cambio de dieta.



¿Y en nuestro país, se come tanta carne?
Pues parece que sí, quizás demasiada.
Criar animales destinados al consumo humano en España requiere una cantidad de agua similar a la que consume el conjunto de los hogares españoles durante 20 años. Sólo con reducir a la mitad el consumo de productos animales, disminuiría en torno al 17% el consumo de agua relacionada con la alimentación.
Los datos son abrumadores.
Según la FAO la cría de animales para el consumo humano es una de las tres causas de problemas medioambientales y siempre teniendo en cuenta que no es lo mismo criar en explotaciones pequeñas, de proximidad que en granjas intensivas por todo lo mencionado anteriormente.
Un último dato para terminar, sólo con recortar a la mitad el consumo de productos animales se podría llegar a reducir en un 36% las emisiones de gases de efecto invernadero sólo en nuestro país.
Está claro que motivos hay de sobra para incluir en muchas listas de buenos propósitos para 2022 el de comer menos carne que el año pasado y la que se ponga en el plato, que venga de producción responsable y de proximidad.