
Hace unas semanas la polémica en torno a la regulación del aborto estaba en Estados Unidos, hace unos meses empezaba de nuevo en nuestro país, una vez más. No tengo claro desde cuando venimos hablando de la regulación del aborto pero no es desde hace meses o años, como mínimo llevamos dándole vueltas al tema desde hace décadas y parece que no es suficiente, que nunca será suficiente.
En España el Ministerio de Igualdad ha impulsado una reforma de la actual «ley del aborto» que ya reformó uno de los gobiernos del Partido Popular en el año 2015.
Una reforma que quiere reconocer que las mujeres tienen derecho a interrumpir voluntariamente un embarazo en la sanidad pública incluidas las jóvenes a partir de 16 años que no necesitarán el consentimiento paterno para poder hacerlo.
La norma habla de otros temas relacionados con la salud reproductiva y menstrual que han desbordado las redacciones y las tertulias en los bares. De pronto todos los hemos hecho «opinólogos» y hablamos de dismenorreas como quien habla del partido de fútbol del siglo. Somos así.



La regulación del aborto indigna a muchos
Este punto es el que más sorprende a algunas y más indigna a otros.
Lo mismo alguien ha entendido que regular es obligar, es decir que porque haya una ley que permita interrumpir un embarazo ya todas las mujeres están obligadas a interrumpir sus embarazos porque este gobierno es así, son una panda de demonios disfrazados que sólo quieren hacer el mal, como la Bruja Avería.
Bromas aparte, lo que consigue la ley es que las mujeres que necesiten interrumpir su embarazo lo pueden hacer en condiciones seguras y en centros sanitarios del sistema de salud público que actualmente son una sorprendente minoría.
En nuestro país existen hospitales enteros que aducen objeción de conciencia para no realizar interrupciones del embarazo, habría que rascar un poco para ver si hablamos de los profesionales sanitarios en todos esos centros o de sus gestores que no es lo mismo aunque al final sí se consigue lo mismo: que las mujeres se tengan que desplazar incluso a otras provincias a interrumpir su embarazo dentro de los supuestos que marca la actual ley.
¿Qué se está consiguiendo con una ley como esta? Pues es muy sencillo, se consigue que las mujeres que no pueden pagar una clínica privada no tengan la necesidad de jugarse la vida interrumpiendo un embarazo que por las razones que sea no pueden asumir.
Y ahí se empieza a entender de donde vienen los gritos, los golpes de pecho, las lágrimas y las amenazas en contra de la ley, de quienes la apoyan y de quienes la consideran sensata incluso.



En este país siempre ha habido abortos, siempre. No nos engañemos, todas hemos oído y leído historias de tías lejanas, de amigas de nuestras abuelas, de vecinas del pueblo o del barrio y muchas hemos oído y leído historias de mujeres que han muerto practicándose «abortos» en casa, con infusiones de plantas que directamente son tóxicas o introduciendo objetos punzantes de metal en la vagina. Sí, a poco que se busque se encuentran cientos de historias que lo cuentan con todo detalle.
¿En qué coincidían la mayoría de esas mujeres que morían en medio de un aborto? En que eran pobres, no tenían posibles, no podían asumir los costes ni económicos ni sociales de esta intervención y se jugaban la vida perdiéndola en demasiados casos.
Los años de la dictadura era una aberración ni siquiera pensar en abortar se viviera en las circunstancias que se viviera y se hubiera llegado a ese embarazo de la forma que hubiera sido, eso poco importaba. Sin embargo era un secreto a voces los viajes a Londres para pasar unos días, casualmente en alguna clínica, casualmente la mayoría mujeres y casualmente todas iban embarazadas y volvían sin estar embarazadas.
La hipocresía y el clasismo en este país está a la orden del día antes y ahora. Ahora, lo más aberrante es que quizás algunos de los que ponen el grito en el cielo con esta ley conocen a hijas, hermanas, tías o abuelas que viajaban a Londres a hacer «turismo sanitario» en los años cincuenta o sesenta pero claro, es que ellos son distintos al resto.