
Estamos todos de acuerdo en la necesidad de cuidar nuestra salud mental al mismo nivel que cuidamos nuestra salud física. Ya lo hemos asimilado, interiorizado y naturalizado la mayoría de nosotros, pero aún nos queda mucho por aprender y por implementar en nuestro día a día. La relación entre amabilidad y salud mental es una de esas realidades que aún no manejamos con la frecuencia que deberíamos porque solo nos produce beneficios, desde cualquier punto que lo analicemos.
Compartir nuestros sentimientos y nuestras emociones hace que aprendamos a gestionarlos mejor, hablar de salud mental como hablamos de cualquier otro aspecto de nuestra salud es beneficioso, es sano e incluso es sanador.
La Organización Mundial de la Salud ha calculado que una cuarta parte de toda la población mundial sufre, ha sufrido o sufrirá algún tipo de trastorno mental a lo largo de su vida y algunas personas no lo sufrirán solo una vez.


La amabilidad y la salud mental
La forma en la que enfocamos nuestra vida, la forma en la que nos relacionamos con las personas de nuestro entorno, influye de forma muy intensa en cómo nos sentimos, cómo nos valoramos y cómo nos sentimos valorados por los demás.
La amabilidad puede utilizarse como herramienta para gestionar el estrés junto con prácticas como la meditación, el ejercicio y por supuesto la terapia.
Investigadores de la Universidad de Utrecht estuvieron durante años comparando la actividad cerebral y las reacciones fisiológicas de un grupo de personas ante las evaluaciones y valoraciones verbales de otras personas tanto negativas, positivas y neutras.
Las palabras pueden herir o sanar cuando las pronunciamos y las dirigimos a otras personas. Los insultos o valoraciones negativas, producen una reacción rápida de la atención emocional, incluso cuando se repiten, lo que llevó a los investigadores a confirmar que nadie se acostumbra a los insultos aunque se resigne a escucharlos.
No le damos importancia a los pequeños detalles a los actos de bondad o amabilidad más insignificantes y pueden ser un componente esencial para nuestra salud y para la salud de las personas con las que nos relacionamos.
El psicólogo Jesús Matos señalaba en una entrevista que “aprender a modificar la manera en la que nos tratamos a nosotros mismos tiene la capacidad de modificar nuestro estado de ánimo’.


Por otra parte, la práctica habitual de la meditación también promueve la positividad y la amabilidad hacia uno mismo (algo que a veces no nos permitimos) además de hacia los demás. La meditación está muy recomendada para ayudar a tratar la ansiedad social, la depresión o incluso la gestión de la ira.
Es innegable que solo podemos ayudar y colaborar con las personas con las que convivimos si estamos bien porque si no quizás lo primero que deberíamos priorizar es nuestra propia salud. Si no estoy bien no tengo nada para ofrecer, para ayudar a los demás y no podemos verlo como un planteamiento egoísta sino realista.
Seguro que lo entendemos perfectamente cuando subimos a un avión y nos insisten en las explicaciones abordo sobre el orden en el que tendríamos que ponernos la mascarilla de oxígeno si fuera necesario. Primero a nosotros mismos y después a nuestros compañeros de asiento, a nuestros hijos, a las personas que viajen a nuestro lado si lo necesitan.